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Breves reflexiones: una visión de la responsabilidad social que todos deberíamos tener

Breves reflexiones: una visión de la responsabilidad social que todos deberíamos tener

Queridos amigos:

Hoy quisiera compartir con todos vosotros unas palabras. Unas breves reflexiones traídas a vuelapluma, que entiendo puedan, quizá, resultaros de interés.

Los seres humanos debemos imponernos como un objetivo primordial el no perder los principales valores de la vida, en todos los niveles que conforman nuestra realidad, ya sea en nuestras relaciones personales, familiares y laborales. Algunas personas y empresas centrar toda su mirada en un único concepto, supeditando toda su energía y voluntad a ese objetivo: el crecimiento, entendido como la búsqueda de dinero y poder. Estamos cambiando los valores de la vida, algunos quizá sin darnos cuenta, otros de forma intencionada. Desde pequeños decimos a nuestros hijos que deben centrarse en sus estudios, que deben intentar ser los mejores de su clase, obtener las notas más altas, escoger bien el itinerario por el que se desenvolverán, buscar las Universidades más prestigiosas, los másteres más completos. Continuamente les repetimos que la sociedad es cada día más compleja y la competencia es realmente brutal, y que por ello deben armarse del modo más completo posible para conseguir “ser alguien” en la vida, asociando esa situación en gran medida al hecho de ganar mucho dinero y tener un puesto preeminente.

Pero a menudo se nos olvida inculcarles algo más: una visión de la responsabilidad social que todos deberíamos tener. El hecho de conseguir un espacio importante en el mundo laboral, un puesto de prestigio y bien remunerado, debe acarrear una serie de responsabilidades de las que pocas veces somos conscientes. Solo utilizando tus capacidades para hacer algo por los demás se consigue una vida plena y feliz. Hay que ir al interior, dejando a un lado lo puramente material. La felicidad es el sentir maravilloso de hacer algo por otras personas, y también el sentirse amado, esa es la felicidad más grande a la que podemos aspirar.

Algunas personas rehúyen su propia responsabilidad culpando a la sociedad en su conjunto, a los políticos, a Dios… es muy sencillo buscar culpables, decidir que la situación está instituida de tal forma que nos resulta imposible, a nivel individual, hacer algo por cambiarla, o decir que debe ser el Gobierno el que busque soluciones a los problemas, incluso afirmar que el responsable último es Dios, por dejar que la historia haya ido dando muestras incesantes de lo peor que puede hacer el ser humano (las guerras, el Holocausto, las dictaduras, etc). Es lo más fácil: culpar a todos es diluir la responsabilidad, deshacerla hasta terminar convirtiéndola en un ente lejano e inaccesible, algo que ni siquiera nos roza. Sin embargo, yo afirmo que la sociedad somos nosotros, cada uno de nosotros, y como sociedad democrática en la que vivimos, también somos los que nombramos a los Gobiernos, los que permitimos que tomen decisiones. En definitiva: si no somos capaces de dar el primer paso para intentar cambiar las cosas desde la base, si no nos reconocemos como parte activa, con capacidad de decisión, sabiéndonos capaces, cada cual en la medida de sus posibilidades, de mejorar nuestro entorno… entonces nunca nada cambiará.

Somos personas, somos humanos, y eso es lo que nos diferencia de los animales. A pesar de que compartimos una gran similitud genética con gran parte del reino animal, apenas separados por unos cuantos cromosomas de los simios, debemos reconocernos que, en esencia, somos diferentes, únicos, capaces de lo mejor y lo peor, capaces de hacer valer nuestros sentimientos, ser humildes, buscar la felicidad, intentar mejorar la situación de los demás. La felicidad es infinita cuando viene acompañada de ese hacer el bien a los demás, no solo a nivel económico, también en cuanto a valores, ideologías, poesía, religión… sí, también la religión, ya que todas las religiones, manteniendo sus diferencias y sus propias idiosincrasias, buscan en el fondo lo mismo: acercarse a un ser superior a través de una serie de valores que buscan mejorar la situación de las personas. Todas las religiones son buenas siempre que sean capaces de mantenerse alejadas de intereses económicos y de poder, lo que no siempre sucede.

Vivimos en un mundo que se mueve cada día más rápido, una nave imparable que convierte en obsoleto lo que ayer era novedad, incapaces de imaginar la tecnología que podremos tener en nuestras manos el día de mañana. Hay que aprovechar estos adelantos para el bien, para mejorar el mundo, para conseguir una mayor igualdad en el reparto de la riqueza, favoreciendo políticas de redistribución y crecimiento allá donde más pobreza encontramos (no hay que olvidar que, a pesar de todo el progreso y los adelantos que se van sucediendo sin descanso, a día de hoy todavía un porcentaje ínfimo de la población mundial sigue siendo propietario de la inmensa mayoría de la riqueza, mientras que una enorme masa de personas apenas tienen disponible ni lo más básico para su supervivencia). Tenemos la obligación de dejar a nuestros hijos un mundo mejor que el que nosotros encontramos, por lo que es básico empezar a llenar nuestras vidas y nuestra forma de actuar de esa serie de valores que, por desgracia, muy a menudo están fuera de nuestra quehacer diario: amor, lealtad, sinceridad, humildad, solidaridad, paz, perdón… Conceptos que son los pilares de todas las religiones y que deberían, asimismo, ser los pilares básicos de cualquier vida que busque la propia realización en plenitud.

Para ello, resulta básico centrarnos en la educación de nuestros hijos. Tenemos que comprender y hacer comprender que el expediente escolar no es solo el nivel de matemáticas, física, geografía, historia… también importan los conocimientos que obtengan en materias relacionadas con las humanidades, como la poesía, el arte, la música. Todos aquellos aspectos que, a la postre, nos terminan haciendo verdaderamente humanos. Fue, en gran medida, ese pensar que solo el saber técnico era el que importaba el que acarreó la crisis que dio comienzo en 2008 y que puso patas arriba la economía mundial. Durante años la sociedad en su conjunto creyó ciegamente que solo las matemáticas, la economía, era lo que importaba, lo que manejaba nuestra existencia desde los gobiernos y las grandes multinacionales, dejando a un lado cualquier otro tipo de conocimiento que no acarreara un resultado pecuniario inmediato. Se dejó a un lado el arte de leer un buen poema, el contemplar un cuadro, el dejarse ser, simplemente, con los ojos puestos en el discurrir celestial de la vida, en lo maravilloso de cada momento de soy y luna, en el dejarse mecer por los principios de la solidaridad.

Compasión y amor de las personas que no solo piensan en el dinero, en los intereses privados de unos pocos que no dudan en pasar sobre lo que sea para lograr sus objetivos, destruyendo los valores humanos, la búsqueda de un mundo mejor para las próximas generaciones. Vivir una vida útil para los demás, frente a la vida de la afrenta, la discusión, la competencia. Desde pequeños hay que educar lejos del egoísmo, en el respeto a las personas y al medio ambiente, y esa es una responsabilidad básica de todos y cada uno de nosotros. Debemos hacer de la ética y la coherencia nuestro valor más grande, convirtiéndonos en una verdadera sociedad de personas que ponen su inteligencia al servicio del bien común, al servicio del progreso material y espiritual de la humanidad en su conjunto. Estamos siendo capaces de crear inteligencia artificial gracias a los adelantos tecnológicos, pero eso no debe ocultarnos la realidad de que la verdadera inteligencia es la que tenemos los humanos, porque va acompañada de valores, de creencias, de sentimientos. No debemos centrarnos solo en nuestros hijos, también los hijos de los demás deben ser tan importantes como los nuestros, todos formamos parte de una única comunidad de la que somos responsables, donde la ética y los valores deben ser básicos para mejorar la realidad, empezando por las empresas y por cada uno de nosotros. No olvidemos que las empresas están lideradas por personas, si esos líderes son capaces de tener en cuenta a la hora de tomar sus decisiones conceptos como la solidaridad, el respeto a los demás, la libertad, la paz, en lugar de centrarse exclusivamente en la cuenta de resultados, sin duda el progreso de la sociedad en su conjunto sería mucho mayor de lo que es en la actualidad.

En conclusión: nuestras vidas deben estar basadas en la suma de varios principios básicos, como son el amor, el respeto a los demás y la solidaridad. Empecemos desde hoy mismo, apliquemos en cada acción de nuestro día esta piedra angular, preguntémonos que hemos hecho por los demás a lo largo de la jornada, seamos ejemplo a seguir para nuestros amigos y conocidos, seamos, en definitiva, verdadera y completamente humanos… esa simple palabra condensa todo lo que necesitamos para ser verdaderamente felices.