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El turismo afronta su responsabilidad social

El turismo afronta su responsabilidad social

El sector viajes se enfrenta al desafío de gestionar los recursos para garantizar su subsistencia

Durante muchos años, el impacto social y medioambiental ha ocupado el asiento trasero de las políticas turísticas, encabezadas por las ambiciones de rentabilidad y crecimiento. Hace a penas 10 años la sostenibilidad no era un problema real para el sector, pero el cambio climático y los factores sociales han acelerado las presiones sobre la industria, especialmente en países como España, cuyo modelo de negocio vacacional hace un uso muy intensivo de los recursos naturales. Además, la urgencia se multiplica cuando la presión del turismo sobre los recursos empieza a generar un descontento de la ciudadanía con el sector.

Y empecemos por afirmar que la gestión de la sostenibilidad del turismo es un proceso en el que deben intervenir todas las partes, desde el gobiernos, la población local, los hoteleros y los propios turistas. Hasta las fecha, la población no se metía en estos asuntos porque la situación no le concernía directamente. Pero cuando se ve que el turismo afecta a la propia convivencia de la sociedad local, se le pide a las administraciones que asuman el liderazgo, porque es la que tiene los instrumentos.

Debemos ser conscientes y mirar modelos que ya se están llevando a cado en otros países y destinos que ya han comenzado en realizar sus primeros pasos hacia una turismo más sostenible como es el caso del Gobierno de Bután, en el Himalaya, que se ha puesto como objetivo que el turismo sea «de alto valor y bajo impacto». Para ello, exige que los visitantes lleven ya pagados, y en dólares, un hotel (mínimo de tres estrellas), el transporte, las comidas y un guía local autorizado, aparte de un “impuesto al desarrollo” de 65 dólares al día. El gasto total mínimo ronda los 200 euros al día, y los turistas que viajen solos o en pareja tienen que pagar una sobretasa.

Pero claro, ¡no todos pueden hacer lo mismo!. Hay modelos de negocio e incluso destinos que son directamente insostenibles y difíciles de modificar. Y lo que vale para un destino, no es viable para otro. Venecia no es Barcelona, ni Barcelona es la Costa del Sol, ni Ámsterdam, ni Machu Picchu. La respuesta es muy distinta dependiendo de cada caso. En Machu Picchu es muy fácil controlar quién entra o no; en la Costa del Sol, eso no es posible.

Una cosa está clara: convertir un destino en sostenible está lejos de ser fácil. Pero no imposible. Y pongo como ejemplo de éxito a Costa Rica. El país tuvo una suerte excepcional de tener una clase media poderosa, estabilidad política, una red ya definida de parques nacionales y la proximidad del mercado estadounidense. Y a pesar de todo eso, costó décadas que el concepto ganara cuerpo, se incorporase al sistema educativo y se convirtiese en lo que es hoy.

Según datos expuestos en la cumbre del Consejo Mundial de Viajes y Turismo – World Travel & Tourism Council (WTTC) –, el sector sigue en alza y se estima que para 2027 se llegue a los 2.000 millones de turistas. Estas cifras son alucinantes para la economía mundial, pero, ¿qué se está haciendo para reducir ese impacto ambiental?

La sostenibilidad siempre ha ido mucho más allá del medio ambiente. Uno de los pilares es que el turismo debe contribuir lo más posible a la economía local. Cada avión y cada barco que llegan a un país traen dinero y lo importante es que parte del capital que llega a un país a través del turismo se quede en la región. Si no existe una capacidad de absorción, si no se desarrolla, ese dinero se va, y sin ese dinero es imposible que el destino tenga un crecimiento inclusivo.

Los representantes de la industria turística debemos abrazar el mensaje de la sostenibilidad de cara al público: 2017, por ejemplo, es el Año Internacional del Turismo Sostenible para el Desarrollo. Sin embargo, deja claro que la piedra clave de todo el sistema sigue siendo la rentabilidad. El crecimiento y la sostenibilidad no son un juego de suma cero. Y hace falta algo más que la promesa de rentabilidad para sacar al sector de una inercia peligrosa.

El turismo se ha convertido en un gran negocio en la medida en la que los operadores han ido externalizando los costes sociales y ambientales. Pero, las empresas no se ven obligadas a actuar de forma respetuosa porque ni hay legislación ni la conciencia social lo requieren. Por ello, esto es una cuestión de todos. Es muy fácil culpar al Gobierno y a los políticos, pero como ciudadanos tenemos que pensar en el valor de la naturaleza e incorporarlo a nuestros planes vacacionales. Y como empresarios tenemos que ser conscientes que cada vez hay más estudios internacionales que vienen a demostrar que una apuesta por la sostenibilidad es rentable, y las empresas que lo hacen terminan reduciendo sus costes de producción y gastando menos.

 

 

 

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