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Reflexiones sobre el turismo cultural

Reflexiones sobre el turismo cultural

En pleno verano, cuando el turismo de sol y playa es uno de los más demandados y las costas de cualquier destino se aglomeran de masas en busca de un bronceado acompañado de un buen chapuzón con un mojito a la puesta del sol, se me viene a la cabeza un tipo de turismo surgido a finales de la década de los ochenta del siglo pasado: El turismo cultural.

Concebido como una forma de turismo alternativo que encarna la consumación de la comercialización de la cultura, donde elementos escogidos de cualquier cultura pasan a ser productos ofertados en el mercado turístico.

Aunque es verdad, que a día de hoy me sigue sorprendiendo la consideración que se tiene, por parte de algunos sectores, de lo que es el turismo cultural y el valor que tiene en la sociedad. Para algunos, no es más que aquellos movimientos turísticos motivados por el deseo de visitar un museo, un monumento o cualquier ruina de siglos pasado… pero no hemos de olvidarnos que el turismo cultural va, y debe ir, mucho más allá.

Desde mi humilde punto de vista, el mayor valor del turismo cultural es la comprensión de la propia cultura y sociedad local que se visita. Y esto no se consigue únicamente con la visita a monumentos históricos o museos.

Al verdadero turista cultural le sirve de poco que le digan que un palacio es del siglo XV si no le explican el por qué de ese palacio y cuáles fueron los condicionantes que permitieron la existencia del en ese lugar y en ese tiempo. Tampoco sirve de mucho que el turista reciba, como explicación, la descripción artística minuciosa de la fachada gótica de una catedral si no se pone en relación con el tiempo y el sentido del propio movimiento artístico y el por qué de su expansión y características. Por ello, insisto en mi argumento, el turismo cultural va más allá de esta obviedad.

Este tipo de turismo debe, además, hacer hincapié y prestar una especial atención al fenómeno festivo local. Pero, no desde una oferta en la que al turista se le indica el programa de fiestas. El verdadero turista cultural busca sentir el valor de la cultura y la sociedad que visita y querrá ver las principales características de la fiesta local, pero también querrá comprenderla; necesitará de una explicación que le permita asumir dentro de sus valores culturales los valores culturales locales. Una romería, por ejemplo, tiene un por qué, unos lenguajes específicos, unos rituales concretos… el turista cultural para poder vivirlas con integridad debe conocer el valor y las tradiciones que vienen involucradas de esa celebración.

El turismo cultural es inclusivo, como la cultura: incluye museos y monumentos, pero también gastronomía, fiestas, costumbres, literatura, arte y medio ambiente. El territorio (social, cultural y medioambiental) es fundamental. La cultura se desarrolla en un territorio concreto, y su comprensión es fundamental para la comprensión de la cultura allí desarrollada.

Un verdadero desarrollo cultural del turismo debe hacer hincapié en la comprensión del territorio, de la sociedad y de la cultura, y debería incluir aspectos del turismo experiencial.

El visitante que pueda comprender y tener una experiencia concreta dentro de la cultura a la que se acerca, será más sensible al respeto y la conservación de la cultura local. Si no es así, se seguirá corriendo el riesgo de que los recursos culturales atraigan un turismo genérico y, por tanto, con riesgos de ser invasivo.

La unión de turismo, cultura y patrimonio, desarrollada de manera lógica y coherente desde un punto de vista económico, sostenible desde un punto de vista medioambiental y funcional, desde un punto de vista social, deben ser una de las claves de cara no sólo a la puesta en valor del patrimonio histórico, sino a su definitiva conversión en una de las más potentes herramientas del cambio en un contexto actual, donde turismo, cultura y sociedad puedan vivir en harmonía.